Por estas horas y cuando falta un año para la elección presidencial es notable la recuperación del oficialismo en las encuestas de imagen e intención a voto, sea que se tome a Néstor o a Cristina. Paralelamente la caída de la oposición y de sus máximos referentes es fácilmente observable.
Sin embargo, poco se ha escrito sobre la incidencia del voto conservador en las próximas elecciones. El voto conservador a que me refiero no es el "ideológicamente conservador", es decir aquel que piensa en términos elitistas o aristocráticos sino el que piensa en términos de conservación de su realidad material (social y económica).
Este tipo de voto conservador implícitamente se lo suele asociar con la ciudadanía independiente, guiada por instintos, por intuición, por sentimientos de odio o por sensaciones y percepciones que tiene de la clase dirigente. Es el voto de quien no quiere saber de problemas -si se me permite el término- nada de los quilombos, puteríos y cabarets que ofrece la política.
El voto conservador a que me refiero es -básicamente- el de la antipolítica y el de la supervivencia; individualista y egoísta; no pidan que ese voto piense racionalmente en términos ideológicos o de solidaridad colectiva porque defiende "su" realidad, actúa en base a prejuicios, a sentimientos primarios de entusiasmo, miedo y espanto.
En las elecciones presidenciales de 1983, cuando Alfonsín obtiene el triunfo, el voto conservador se manifestó a través del miedo hacia el peronismo y el espanto hacia la violencia de los años 70's, subrayada además por el célebre episodio de Herminio Iglesias y la quema del ataúd.
En las elecciones presidenciales de 1989, cuando Menem resulta electo, el voto conservador compró el buzón del salariazo y la revolución productiva, pero no lo hizo creyendo fervientemente en la esperanza que le despertaba el riojano sino en el espanto que le provocaba la hiperinflación alfonsinista, en el agotamiento e incapacidad de ese gobierno para superar los problemas de gestión.
En las elecciones presidenciales de 1995, Menem logró su reelección en el marco de la división opositora agrupada en el FrePaSo (Bordón-Álvarez) y en la UCR (Massacessi-Hernández). Además, ninguna de esas fuerzas transmitieron aptitud para conservar y continuar la estabilidad que ofrecía la convertibilidad. El voto conservador adopta la forma de "voto-cuota", "voto-electrodoméstico", y otras yerbas.
Poco antes de las elecciones legislativas de 1997, Chacho Álvarez, Graciela Fernández Meijide, Raúl Alfonsín y Fernando De La Rúa son las caras visibles de "la Alianza" que se presenta como alternativa política bajo el discurso de mantener la convertibilidad, combatir la corrupción y el desempleo.
Dos años después, en 1999, la Alianza exhibe sus equipos y cuadros técnicos, ofrece la imagen capaz de conservar el modelo económico (la convertibilidad) agregando la presencia de Chacho Álvarez como símbolo de la impronta progresista ligada a la justicia social por su origen peronista. Conjuga continuidad, esperanzas y expectativas de mejorar.
Si bien es cierto que la imagen de corrupción del gobierno menemista era indiscutible, su incidencia en el voto conservador fue insignificante. El motivo fundamental para que la Alianza pudiera atraparlo consistió en haber generado certidumbre sobre una continuidad económica sin sobresaltos, en asegurar el voto-cuota y el voto-electrodoméstico, con más el plus de recuperar niveles de trabajo y empleo.
Producida la caída de la convertibilidad en 2001 y luego del interinato de Duhalde, el voto conservador castiga al menemismo y al radicalismo, la figura de Kirchner se hace presente en el mapa político sin necesidad de segunda vuelta porque el voto conservador ya había extendido el certificado de defunción de los 90's y el de sus responsables emblemáticos.
Kirchner explicitó los ejes de su política: derechos humanos, desendeudamiento externo, ruptura con los 90's y con el FMI, políticas keynesianas para lograr el crecimiento del empleo, etc.
Cuatro años después, Cristina es ungida Presidente (o Presidenta como le gusta a ella) en las elecciones de 2007, en parte por una dispersión del arco opositor y en parte porque el voto conservador se expresa en el espanto por la experiencia aliancista (atribuible básicamente a la UCR) y en el deseo de mantener la realidad socio-económica que en ese momento ya había rendido algunos frutos.
En las elecciones legislativas de 2009 el voto conservador se expresa en forma de hartazgo por parte de los sectores medios y altos acerca de la forma en que se manejó el conflicto con el sector agropecuario, fuertemente fogoneado por los medios de comunicación concentrados, y hay que decirlo también, con un potente sentimiento antiperonista-antikirchnerista.
La idea-fuerza que inclinó la balanza fue la incapacidad e impericia para solucionar un interés -el del sector agrario- que la sociedad percibió como propio. La incidencia de hechos de corrupción, falta de transparencia, o de personajes identificados con ellos (Antonini, De Vido, Jaime, Moreno) fue insignificante empece las denuncias mediáticas reproducidas y acumuladas una y otra vez.
El voto conservador no se interesó por la corrupción ni por el supuesto autoritarismo, lo que hizo fue responsabilizar y castigar la aparición del conflicto caracterizado como "crispación" del gobierno. El voto conservador entendió que su tranquilidad estaba amenazada por la acción del gobierno y redireccionó su voto a distintos sectores de la oposición aceptando la oferta que éstos le hicieron de que habría más institucionalidad, más república; en definitiva la esperanza de un equilibrio de poderes.
Desde el 28-J el gobierno logró poner al desnudo una trama de intereses que puso en crisis el discurso ofertado por la oposición. El voto conservador se encuentra con que -en realidad- hay notables muestras de incapacidad y vedettismo en el seno del archipiélago anti-kirchnerista. Muchos vaticinios formulados por la oposición no se cumplieron; en cambio aparecieron "palos en la rueda", "judicialización de la política", "oposición por oposición misma". Demasiadas inconsecuencias.
El voto conservador se encuentra ante la disyuntiva. Por un lado, mantiene sus antipatías -con mayor o menor irracionalidad- hacia el oficialismo y -a pesar de todo- éste gobierna y sobrevive, administra la crisis, mantiene la estabilidad económica, se muestra gestionando a pesar del oposicionismo feroz. Por otro lado, un cambio de gobierno implica incertidumbre y alteración de su tranquilidad. No encaja con su lógica del status quo. No se trata de convicción sino del sentido conservador que es su esencia. Si en casi un año la oposición expuso incapacidad para gobernarse a sí misma, con mayor razón aún no podrá gobernar a los demás. El voto conservador no ha recibido la oferta de una alternativa de gobierno tranquilizadora, no hay demostración de que esa alternativa exista y es tarde para que suceda.
La Alianza (UCR-FrePaSo) se conformó poco antes de las legislativas de 1997, dos años antes de las presidenciales, esto es que la oferta de una alternativa de gobierno tuvo anticipación suficiente, se construyó durante dos años y despejó las dudas que el voto conservador pudiera tener sobre un "rejunte electoral".
A poco de un año para las elecciones presidenciales de 2011, la oposición enfrenta las debilidades analizadas por Hernán Brienza en Tiempo Argentino, de tal suerte que el voto conservador tiene claro que cualquier acuerdo electoral anti-kirchnerista será un "amontonamiento" que no ofrece garantías de gobernabilidad y tranquilidad sino -por el contrario- de inestabilidad y crisis.
Hoy por hoy, la hipótesis repetida de que "cualquiera le gana a Kirchner en segunda vuelta" ha caducado porque el propio comportamiento opositor ha extinguido esa idea. El voto conservador no se maneja en términos de respeto a las instituciones sino en términos de efectividad (y bien bilardista); no tendrá prurito en "hacer de tripas corazón", abandonar odios y rencores: en el cuarto oscuro revelará su instinto de conservación (por egoísmo obviamente).
El voto conservador no responde encuestas y si lo hace dirá "No Sabe/No Contesta" e incluso expresará una opinión opositora, pero llegado el momento responderá a su esencia conservadora, ahuyentará todo aquello que sea motivo de perturbación o intranquilidad o inseguridad o inestabilidad.
El voto conservador no arriesga ni arriesgará; no tiene convicción ni audacia, no caminará por la cornisa ni pegará ningún salto al vacío. La sustancia del voto conservador y la dirección que tomará el año que viene, se expresa en palabras de Jorge Asís:
"Cuando uno hace análisis político, uno tiene que olvidarse del voluntarismo: hoy Kirchner está más cerca del 40 que cualquier opositor de llegar al 30".
Pronto llegaremos a los 27 años de democracia.
A esta altura nadie come vidrio.
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