sábado, 28 de enero de 2012

El regreso de nuestra Presidenta y el "detrás de cámara"

Gracias al Canal de la Casa Rosada en Youtube podemos ver el "detrás de la cámara" del regreso de Cristina. Impresionante el cariño del Pueblo, la ovación, los cánticos, las demostraciones de alegría. Sin palabras.





Y a continuación el discurso completo con las definiciones y la docencia que caracteriza cada una de las intervenciones de nuestra Presidenta:



Pueden suscribirse al Canal (que está muy bueno) y recibir por correo las actualizaciones.
Imprescindible para todos los compañeros que día a día alumbran la realidad con sus blogs.
Nos vemos dentro de un mes (si Dios quiere).

martes, 17 de enero de 2012

Clasificados Románticos para Abogad@s


CIVILISTA CASADO
45 años, en buen estado, con el deterioro normal que un uso razonable genera a lo largo del tiempo, según el curso natural y ordinario de las cosas, busca una colega no mayor de 30 años, para relación informal, atípica e innominada, al sólo título amatorio, sin reconocer hechos ni derechos, excluyente no ejercer animus domini.

PROCESALISTA
Soltero, maduro, respetuosamente formula, por 3 días, esta petición concreta y positiva: demanda dama de buen proceder, cualesquiera sean sus recursos, para fines serios, previo proceso de conocimiento con todas sus etapas. Apela a la inteligencia, no susceptible de revocatoria, antes que a la belleza, siempre sujeta a caducidad de instancia.

ABOGADA DIVORCIADA
Con experiencia, busca abogado novel, entre 22 y 28 años, atlético, para hacer tribunales por la mañana, confeccionar cédulas por la tarde y realizar secuestros por la noche, con disponibilidad para atender diligencias en días y horas inhábiles.

TRIBUTARISTA
Divertida busca colega de su misma especialidad (único que podría creerle), responsable (preferentemente inscripto), para afianzar la realidad sustancial de una relación, más allá de las formas jurídicas con que se la instrumente, previa declaración jurada de fidelidad.

MEDIADOR
Mediana edad, clase media, con medio de locomoción propio, busca media naranja, medio desinhibida, para encuentros rápidos al mediodía, no más de media hora, en medio del trajín. Mediáticas y litigiosas abstenerse.

PENALISTA EXITOSO
Jovial, con aguantadero propio y libertad condicional, busca señorita para relación típicamente antijurídica y culpable, de buen cuerpo del delito aunque sea de juicio abreviado, que nunca confiese, testigos de Jehová abstenerse.

PREVISIONALISTA
Otoñal busca señora mayor, jubilada o pensionada, que quiera reajustar su vida sentimental, no pretenda grandes hazañas y se conforme con una prestación básica universal una vez por mes.

LABORALISTA
Nacido en 1945, paternal, protectorio y tuitivo, busca relación de dependencia con muchacha trabajadora, nada celosa, que tolere ocasionales ejercicios del 'ius variandi', sin preaviso. Autónomas abstenerse.


Fuentes:
Ana Belén G. (Portal de Abogados)
Tofino (Taringa)

miércoles, 11 de enero de 2012

Julio Cortázar y "Las Palabras"

Conferencia de Julio Cortázar (Madrid, 1981).


Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad.


En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer corno piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje, o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas corno monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados.


Los que asistimos a reuniones como ésta sabemos que hay palabras-clave, palabras-cumbre que condensan nuestras ideas, nuestras esperanzas y nuestras decisiones, y que deberían brillar como estrellas mentales cada vez que se las pronuncia.


Sabemos muy bien cuales son esas palabras en las que se centran tantas obligaciones y tantos deseos: libertad, dignidad, derechos humanos, pueblo, justicia social, democracia, entre muchas otras.
Y ahí están otra vez esta noche, aquí las estamos diciendo porque debemos decirlas, porque ellas aglutinan una inmensa carga positiva sin la cual nuestra vida tal como la entendemos no tendría el menor sentido, ni como individuos ni como pueblos.
Aquí están otra vez esas palabras, las estamos diciendo, las estamos escuchando Pero en algunos de nosotros, acaso porque tenemos un contacto más obligado con el idioma que es nuestra herramienta estética de trabajo, se abre paso un sentimiento de inquietud, un temor que sería más fácil callar en el entusiasmo y la fe del momento, pero que no debe ser callado cuando se lo siente con fuerza y con la angustia con que a mí me ocurre sentirlo.


Una vez más, como en tantas reuniones, coloquios, mesas redondas, tribunales y comisiones, surgen entre nosotros palabras cuya necesaria repetición es prueba de su importancia; pero a la vez se diría que esa reiteración las está como limando, desgastando, apagando.


Digo: "libertad" digo: "democracia", y de pronto siento que he dicho esas palabras sin haberme planteado una vez más su sentido más hondo, su mensaje más agudo, y siento también que muchos de los que las escuchan las están recibiendo a su vez como algo que amenaza convertirse en un estereotipo, en un cliché sobre el cual todo el mundo está de acuerdo porque ésa es la naturaleza misma del cliché y del estereotipo: anteponer un lugar común a una vivencia, una convención a una reflexión, una piedra opaca a un pájaro vivo.


¿Con qué derecho digo aquí estas cosas?
Con el simple derecho de alguien que ve en el habla el punto más alto que haya escalado el hombre buscando saciar su sed de conocimiento y de comunicación, es decir, de avanzar positivamente en la historia como ente social, y de ahondar como individuo en el contacto con sus semejantes.
Sin la palabra no habría historia y tampoco habría amor; seriamos, como el resto de los animales, mera sexualidad.

El habla nos une como parejas, como sociedades, como pueblos.
Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos.


Y es entonces que en las encrucijadas críticas, en los enfrentamientos de la luz contra la tiniebla, de la razón contra la brutalidad, de la democracia contra el fascismo, el habla asume un valor supremo del que no siempre nos damos plena cuenta.
Ese valor, que debería ser nuestra fuerza diurna frente a las acometidas de la fuerza nocturna, ese valor que nos mostraría con una máxima claridad el camino frente a los laberintos y las trampas que nos tiende el enemigo, ese valor del habla lo manejamos a veces como quien pone en marcha su automóvil o sube la escalera de su casa, mecánicamente, casi sin pensar, dándolo por sentado y por valido, descontando que la libertad es la libertad y la justicia es la justicia, así tal cual y sin más, como el cigarrillo que ofrecemos o que nos ofrecen.


Hoy, en que tanto en España como en muchos países del mundo se juega una vez más el destino de los pueblos frente al resurgimiento de las pulsiones más negativas de la especie, yo siento que no siempre hacemos el esfuerzo necesario para definirnos inequívocamente en el plano de la comunicación verbal, para sentirnos seguros de las bases profundas de nuestras convicciones y de nuestras conductas sociales y políticas.


Y eso puede llevarnos en muchos casos sin conocer a fondo el terreno donde se libra la batalla y donde debemos ganarla.
Seguimos dejando que esas palabras que transmiten nuestras consignas, nuestras opciones y nuestras conductas, se desgasten y se fatiguen a fuerza de repetirse dentro de moldes avejentados, de retóricas que inflaman la pasión y la buena voluntad pero que no incitan a la reflexión creadora, al avance en profundidad de la inteligencia, a las tomas de posición que signifiquen un verdadero paso adelante en la búsqueda de nuestro futuro.


Todo esto sería acaso menos grave si frente a nosotros no estuvieran aquellos que, tanto en el plano del idioma como en el de los hechos, intentan todo lo posible para imponernos una concepción de vida, del estado, de la sociedad y del individuo basado en el desprecio elitista, en la discriminación por razones raciales y económicas, en la conquista de un poder omnímodo por todos los medios a su alcance, desde la destrucción física de pueblos enteros hasta el sojuzgamiento de aquellos grupos humanos que ellos destinan a la explotación económica y a la alienación individual.


Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manejo de servirse de los mismo conceptos que estamos utilizando aquí esta noche para alterar y viciar su sentido más profundo y proponerlos como consignas de su ideología.


Palabras como patria, libertad y civilización saltan como conejos en todos sus discursos, en todos sus artículos periodísticos.
Pero para ellos la patria es una plaza fuerte destinada por definición a menospreciar y a amenazar a cualquier otra patria que no esté dispuesta a marchar de su lado en el desfile de los pasos de ganso.
Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas altamente masificadas.
Para ellos la civilización es el estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional.


Y es entonces que nuestra excesiva confianza en el valor positivo que para nosotros tienen esos términos puede colocarnos en desventaja frente a ese uso diabólico del lenguaje.
Por la muy simple razón de que nuestros enemigos han mostrado su capacidad de insinuar, de introducir paso a paso un vocabulario que se presta como ninguno al engaño, y si por nuestra parte no damos al habla su sentido más auténtico y verdadero, puede llegar el momento en que ya no se vea con la suficiente claridad la diferencia esencial entre nuestros valores políticos y sociales y los de aquellos que presentan sus doctrinas vestidas con prendas parecidas; puede llegar el día en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no deje ver ya la diferencia esencial de sentido que hay en términos tales como individuo, como justicia social, corno derechos humanos, según que sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo.


Hubo un tiempo, sin embargo, en que las cosas no fueron así.
Basta mirar hacia atrás en la historia para asistir al nacimiento de esas palabras en su forma más pura, para asentir su temblor matinal en los labios de tantos visionarios, de tantos filósofos, de tantos poetas.
Y eso, que era expresión de utopía o de ideal en sus bocas y en sus escritos, habría de llenarse de ardiente vida cuando una primera y fabulosa convulsión popular las volvió realidad en el estallido de la Revolución Francesa.
Hablar de libertad, de igualdad y de fraternidad dejó entonces de ser una abstracción del deseo para entrar de lleno en la dialéctica cotidiana de la historia vivida.
Y a pesar de las contrarrevoluciones, de las traiciones profundas que habrían de encarnarse en figuras como la de Napoleón Bonaparte y de las de tantos otros, esas palabras conservaron su sabor más humano, su mensaje más acuciante que despertó a otros pueblos, que acompañó el nacimiento de las democracias y la liberación de tantos países oprimidos a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del nuestro.


Esas palabras no estaban ni enfermas ni cansadas, a pesar de que poco a poco los intereses de una burguesía egoísta y despiadada empezaba a recuperarlas para sus propios fines, que eran y son el engaño, el lavado de cerebros ingenuos o ignorantes, el espejismo de las falsas democracias como lo estamos viendo en la mayoría de los países industrializados que continúan decididos a imponer su ley y sus métodos a la totalidad del planeta.
Poco a poco esas palabras se viciaron, se enfermaron a fuerza de ser viciadas por las peores demagogias del lenguaje dominante.
Y nosotros, que las amamos porque en ellas alienta nuestra verdad, nuestra esperanza y nuestra lucha, seguimos diciéndolas porque las necesitamos, porque son las que deben expresar y transmitir nuestros valores positivos, nuestras normas de vida y nuestras consignas de combate.


Las decimos, si, y es necesario y hermoso que así sea; pero ¿hemos sido capaces de mirarlas de frente, de ahondar en su significado, de despojarlas de la adherencias, de falsedad, de distorsión y de superficialidad con que nos han llegado después de un itinerario histórico que muchas veces las ha entregado y las entrega a los peores usos de la propaganda y la mentira?
Un ejemplo entre muchos puede mostrar la cínica deformación del lenguaje por parte de los opresores de los pueblos.


A lo largo de la segunda guerra mundial, yo escuchaba desde mi país, la Argentina, las transmisiones radiales por ondas cortas de los aliados y de los nazis.
Recuerdo, con asco que el tiempo no ha hecho más que multiplicar, que las noticias difundidas por la radio de Hitler comenzaban cada vez con esta frase: «Aquí Alemania, defensora de la cultura».
Si, ustedes me han oído bien, sobre todo ustedes los mas jóvenes para quienes esa época es ya apenas una página en el manual de historia.
Cada noche la voz repetía la misma frase: «Alemania, defensora de la cultura».
La repetía mientras millones de judíos eran exterminados en los campos de concentración, la repetía mientras los teóricos hitleristas proclamaban sus teorías sobre la primacía de los arios puros y su desprecio por todo el resto de la humanidad considerada como inferior.
La palabra cultura, que concentra en su infinito contenido la definición más alta del ser humano, era presentada como un valor que el hitlerismo pretendía defender con sus divisiones blindadas, quemando libros en inmensas piras, condenando las formas más audaces y hermosas del arte moderno, masificando el pensamiento y la sensibilidad de enormes multitudes.


Eso sucedía en los años cuarenta, pero la distorsión del lenguaje es todavía peor en nuestros días, cuando la sofisticación de los medios de comunicación la vuelve aún más eficaz y peligrosa puesto que ahora ataca los últimos umbrales de la vida individual, y debido a los canales de la televisión o las ondas radiales puede invadir y fascinar a quienes no siempre son capaces de reconocer sus verdaderas intenciones.


Mi propio país, la Argentina, proporciona hoy otro ejemplo de esta colonización de la inteligencia por deformación de las palabras.
En momentos en que diversas comisiones internacionales investigaban las denuncias sobre los miles y miles de desaparecidos en el país, y daban a conocer informes aplastantes donde todas las formas de violación de derechos humanos aparecían probadas y documentadas; la junta militar organizó una propaganda basada en el siguiente slogan: «Los argentinos somos derechos y humanos».
Así, esos dos términos indisolublemente ligados desde la Revolución Francesa y en nuestros días por la Declaración de las Naciones Unidas, fueron insidiosamente separados, y la noción de derecho pasó a tomar un sentido totalmente disociado de su significación ética, jurídica y política para convertirse en el elogio demagógico de una supuesta manera de ser de los argentinos.


Véase como el mecanismo de ese sofisma se vales de las mismas palabras: como somos derechos y humanos, nadie puede pretender que hemos violado los derechos humanos.
Y todo el mundo puede irse a la cama en paz.


Pero acaso no haya en estos momentos una utilización mas insidiosa del habla que la utilizada por el imperialismo norteamericano para convencer a su propio pueblo y a los de sus aliados europeos de que es necesario sofocar de cualquier manera la lucha revolucionaria en El Salvador.
Para empezar se escamotea el término «revolución», a fin de negar el sentido esencial de la larga y dura lucha del pueblo salvadoreño por su libertad -otro término que es cuidadosamente eliminado-; todo se reduce así a lo que se califica de enfrentamientos entre grupos de ultraderecha y de ultraizquierda (estos últimos denominados siempre como «marxistas», en medio de los cuales la junta de gobierno aparece como agente de moderación y de estabilidad que es necesario proteger a toda costa.
La consecuencia de este enfoque verbal totalmente falseado tiene por objeto convencer a la población norteamericana de que frente a toda situación política inesperada como inestable en los países vecinos, el deber de los Estados Unidos es defender la democracia dentro y fuera de sus fronteras, con lo cual ya tenemos bien instalada la palabra «democracia» en un contexto con el que naturalmente no tiene nada que ver.


Y así podíamos seguir pasando revista al doble juego de escamoteos y de tergiversaciones verbales que como se puede comprobar cien veces, golpea a las puertas de nuestro propio discurso político con las armas de la televisión, de la prensa y del cine, para ir generando una confusión mental progresiva, un desgaste de valores, una lenta enfermedad del habla, una fatiga contra la que no siempre luchamos como deberíamos hacerlo.
¿Pero en qué consiste ese deber? Detrás de cada palabra está presente el hombre como historia y como conciencia, y es en la naturaleza del hombre donde se hace necesario ahondar a la hora de asumir, de exponer y de defender nuestra concepción de la democracia y de la justicia social.


Ese hombre que pronuncia tales palabras, ¿está bien seguro de que cuando habla de democracia abarca el conjunto de sus semejantes sin la menor restricción de tipo étnico, religioso o idiomático? Ese hombre que habla de libertad, ¿está seguro de que en su vida privada, en el terreno del matrimonio, de la sexualidad, de la paternidad o la maternidad, está dispuesto a vivir sin privilegios atávicos, sin autoridad despótica, sin machismo y sin feminismo entendidos como recíproca sumisión de los sexos?
Ese hombre que habla de derechos humanos, ¿está seguro de que sus derechos no benefician cómodamente de una cierta situación social o económica frente a otros hombre que carecen de los medios o la educación necesarios para tener conciencia de ellos y hacerlos valer?


Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros.


Una crítica profunda de nuestra naturaleza, de nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir, es la única posibilidad que tenemos de devolverle al habla su sentido más alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso vivirlas desde adentro, sin practicarlas auténticamente desde adentro, sin ser responsables de cada una de ellas desde lo más hondo de nuestro ser.
Sólo así esos términos alcanzarán la fuerza que exigimos en ellos, sólo así serán nuestros y solamente nuestros.
La tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavan las ropas y la vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso.


Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan.


Sólo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra.


martes, 3 de enero de 2012

Corte Interamericana: la irretroactividad y el poder de la política

La Irretroactividad es un principio básico del Derecho, pero muy especialmente lo es en la rama penal. Las leyes -una vez sancionadas, promulgadas y publicadas- rigen para el futuro y no pueden aplicarse a hechos del pasado. Su contracara es la retroactividad de la ley penal más benigna (la que favorece al imputado y/o condenado) que posibilita aplicarla aún cuando su sanción haya sido posterior.

Ahora bien, ¿qué pasa con los Tratados y Convenciones Internacionales?
Parece una obviedad que fuera lo mismo, no obstante lo cual, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH) se encargó de recordarlo en un reciente fallo, más precisamente en el caso "Grande vs. Argentina" donde sostuvo:
«Argentina reconoció la competencia contenciosa de la Corte Interamericana el 5 de septiembre de 1984 y en su declaración interpretativa indicó que el Tribunal tendría competencia respecto de “hechos acaecidos con posterioridad a la ratificación” de la Convención Americana, efectuada en esa misma fecha. Con base en lo anterior y en el principio de irretroactividad, la Corte en principio no puede ejercer su competencia contenciosa para aplicar la Convención y declarar una violación a sus normas cuando los hechos alegados o la conducta del Estado que pudieran implicar su responsabilidad internacional son anteriores a dicho reconocimiento de la competencia».

La irretroactividad de los instrumentos internacionales también se encuentra prevista en nuestro orden interno por conducto de la Ley 24.080 al disponer que: «Los tratados y convenciones internacionales que establezcan obligaciones para las personas físicas y jurídicas que no sea el Estado Nacional, son obligatorios sólo después de su publicación en el Boletín Oficial observándose al respecto lo prescripto por el artículo 2º del Código Civil».

Zlata Drnas de Clément, catedrática de la Universidad Nacional de Córdoba, una de las "capas" en Derecho Internacional Público, también se encarga de recordar este principio: «Además, generalmente, para que un tratado que establece obligaciones para las personas físicas o jurídicas que no sean el Estado Nacional sea exigible a esas personas (efecto directo subjetivo), se requiere su publicación en Boletín Oficial del Estado. Tal el caso de lo establecido en la Ley Nacional 24.080 de la República Argentina sobre Actos y Hechos Referidos a Tratados o Convenciones Internacionales en los que la Nación sea Parte». (Cfr.: Constitución Nacional y Jerarquía de los Tratados Internacionales, pág. 13, disponible en el Sitio Web de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba).

Bueno, resulta que la Convención sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad no fue incluida originariamente dentro del art. 75, inc. 22), párr. 2º de la Constitución Nacional (instrumentos internacionales que tienen jerarquía constitucional). Esta Convención fue aprobada por Ley 24.584 (promulgada el 23-noviembre-1995) y allí quedó muerta.

Tuvo que venir Néstor Kirchner y disponer la continuidad del trámite a través de la adhesión que se produjo por conducto del Decreto Nº 579/ 2003 (del 08-agosto-2003). También fue Néstor Kirchner quien envió al Congreso el proyecto que se convirtió en Ley 25.778 a través de la cual se le otorgó jerarquía constitucional de conformidad con el art. 75, inc. 22, párr. 3º de la Constitución Nacional.

La sanción fue en tiempo record: en la Cámara de Diputados se aprobó el 12-agosto-2003 y en la Cámara de Senadores se aprobó el 20-agosto-2003. O sea que "la Escribanía K" también funcionó para los Derechos Humanos (en tiempo record y sobre tablas).

¿A cuento de qué viene esto?
Bueno, porque si se aplica estrictamente el fallo de la CorteIDH y toooda la tecnocracia jurídica sobre irretroactividad, no se podría sostener la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad, no se podría haber declarado la nulidad insanable de las leyes de punto final y obediencia debida, no se podría condenar a los torturadores y genocidas, etc.; porque si las leyes, los tratados y las convenciones rigen para el futuro, entonces no se pueden aplicar a los crímenes del pasado (de las dictaduras latinoamericanas).
Por eso, la irretroactividad fue -en lo sustancial- el argumento con el cual, el Ministro de la CSJN, Carlos Santiago Fayt votó en -disidencia- el caso "Simón" (considerando 42), porque bien sabía, y no se le podía escapar al juez nonagenario, que la utilización de ese criterio tiene una consecuencia obvia: la impunidad de los responsables.

Desde luego que esto también lo saben los jueces de la CorteIDH y sin embargo, cuando fallaron en el caso "Gelman vs. Uruguay" (24-febrero-2011) la sentencia impuso obligaciones a la República Oriental del Uruguay ordenando que:
«...el Estado debe conducir y llevar a término eficazmente la investigación de los hechos del presente caso, a fin de esclarecerlos, determinar las correspondientes responsabilidades penales y administrativas y aplicar las consecuentes sanciones que la ley prevea, [...] El Estado debe garantizar que la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, al carecer de efectos por su incompatibilidad con la Convención Americana y la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas, en cuanto puede impedir u obstaculizar la investigación y eventual sanción de los responsables de graves violaciones de derechos humanos, no vuelva a representar un obstáculo para la investigación de los hechos materia de autos y para la identificación y, si procede, sanción de los responsables de los mismos, [...] El Estado debe adoptar, en el plazo de dos años, las medidas pertinentes para garantizar el acceso técnico y sistematizado a información acerca de las graves violaciones de derechos humanos ocurridas durante la dictadura que reposa en archivos estatales,...».

Y fue como consecuencia de este fallo que el Congreso uruguayo sancionó la ley que evita la prescripción de los crímenes de la dictadura (1973-1985).

¿Cómo se entiende la cosa?
Una respuesta -la más facilonga- es que los delitos de desaparición forzada de personas están incluidos dentro de la categoría de «delitos permanentes», es decir que se siguen cometiendo mientras la víctima no aparezca. Este razonamiento nos conduciría a decir que como la víctima no aparece, el delito se sigue cometiendo y por lo tanto no hay aplicación retroactiva sino aplicación actual a un delito actual.

Otra explicación pasa -como siempre- por la política. ¿Por qué digo esto?
Bueno, pasa que en el caso Gelman la CorteIDH destaca que la desaparición forzada de María Claudia (la nuera de Gelman) ocurrió en el marco de la "Operación Cóndor". Dice la sentencia:
«44. El presente caso reviste una particular trascendencia histórica, pues los hechos comenzaron a perpetrarse [...] en el marco de la doctrina de seguridad nacional y de la Operación Cóndor. La existencia de esa operación ya fue reconocida por este Tribunal en el caso Goiburú y otros vs. Paraguay en los siguientes términos:...».
Y a continuación transcribe el párrafo pertinente,... peeero... curiosamente apareció una tijera justo cuando se hace referencia a la CIA.

Me voy a leer la sentencia del caso "Goiburú y otros vs. Paraguay" (22-09-2006) y es interesante que un Tribunal Internacional (y no Wikipedia) sea el encargado de señalar la complicidad de la CIA -y otras agencias estadounidenses- en el apoyo a las dictaduras latinoamericanas para la comisión de crímenes desde el aparato estatal.

En el fallo "Goiburú" la CorteIDH dice concretamente y sin ambages:
«VIII.- HECHOS PROBADOS: [...] la Corte considera probados los siguientes hechos: [...] Sobre la “Operación Cóndor”: [...] La mayoría de los gobiernos dictatoriales de la región del Cono Sur asumieron el poder o estaban en el poder durante la década de los años setenta, lo que permitió la represión contra personas denominadas como “elementos subversivos” a nivel inter-estatal. El soporte ideológico de todos estos regímenes era la “doctrina de seguridad nacional”, por medio de la cual visualizaban a los movimientos de izquierda y otros grupos como “enemigos comunes” sin importar su nacionalidad. Miles de ciudadanos del Cono Sur buscaron escapar a la represión de sus países de origen refugiándose en países fronterizos. Frente a ello, las dictaduras crearon una estrategia común de “defensa”. [...] En este marco, tuvo lugar la llamada “Operación Cóndor”, nombre clave que se dio a la alianza que unía a las fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia de las dictaduras del Cono Sur en su lucha y represión contra personas designadas como “elementos subversivos”. Las actividades desplegadas como parte de dicha Operación estaban básicamente coordinadas por los militares de los países involucrados. Dicha Operación sistematizó e hizo más efectiva la coordinación clandestina entre “fuerzas de seguridad y militares y servicios de inteligencia” de la región, que había sido apoyada por la CIA, la agencia de inteligencia, entre otras agencias, de los Estados Unidos de América. Para que la Operación Cóndor funcionara era necesario que el sistema de códigos y comunicaciones fuera eficaz, por lo que las listas de “subversivos buscados” eran manejadas con fluidez por los distintos Estados».

Queda claro que la "Operación Cóndor" fue un plan criminal de carácter transnacional, no sólo porque fue ejecutado por el conjunto de las dictaduras latinoamericanas sino porque estaban apoyadas por la máxima potencia imperialista, el verdadero criminal detrás de ellas. No por casualidad Noam Chomsky afirma que «Estados Unidos es el mayor terrorista del mundo» y que «Lo que Estados Unidos ha hecho en América Latina tradicionalmente es imponer brutales dictaduras militares que no se discuten por el poder de la propaganda».

Queda claro que si se parte de la realidad que le tocó sufrir a América Latina, si se tiene en cuenta que las dictaduras y sus crímenes fueron prohijados por el imperialismo yanki, entonces ninguna democracia (ni la argentina ni la uruguaya) tiene legitimidad para amnistiar, fenecer, hacer prescribir o caducar esos crímenes.

Lo que queda subyacente es que la CorteIDH condenó al Uruguay (y condenaría a cualquier otro país) para que estos crímenes no vuelvan a ocurrir, porque sospecha/sabe que EEUU y sus agencias siguen apoyando y llevando a cabo planes de desestabilización contra países diversos como ocurre en el mundo árabe, no ya con motivo de la guerra fría sino para controlar los recursos.

Lo que queda subyacente es que la CorteIDH hizo lo que se hace en política: ejercer el poder, su poder, y lo hizo a modo de defensa: no se puede perseguir a los ideólogos de la CIA y del Departamento de Estado -porque la relación de fuerzas no lo permite-, pero al menos puede ordenar la persecución y condena de sus lacayos y cipayos locales. Seguirán emergiendo otros, seguramente, pero tendrán que pensarlo bien antes de emprender un plan criminal contra los pueblos.

No debe sorprender que desde la Democracia Deliberativa se defienda la impunidad, sobre todo de la CIA, ni que el más amargo, amarillo y sombrío de sus constitucionalistas critique la sentencia del caso Gelman. Nacieron para defender al Imperio escudándose en argumentos -abstractos e irreales- supuestamente desde posiciones progresistas o de izquierda, como «el valor epistémico y la superioridad moral de la Democracia». Pura basura. Son los "Chicago Boys" del derecho en la Argentina. Neoliberalismo puro y disfrazado.

A las jóvenes generaciones de abogados, juristas, constitucionalistas, sociólogos, y -sobre todo- a los jóvenes que se están involucrando, deberíamos enseñarles que TODO está subordinado a la Política y no a la tecnocracia económica, jurídica o constitucional.

Del mismo modo que Artemio López destaca la visión de Néstor Kirchner cuando planteaba el desendeudamiento, yo quiero recordar por qué la política de Derechos Humanos también fue otra de sus enormes visiones:
«Cabe destacar que en materia de derechos humanos, la política nacional, debe ser unívoca y carente de ambigüedades que la relativicen o menoscaben su contenido
Otorgar jerarquía constitucional a la Convención sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad, además de asignarte el rango que sus disposiciones merecen, representa una señal para el conocimiento de las naciones, de que la República Argentina no está dispuesta a tolerar en modo alguno la comisión e impunidad de dichos crímenes, razón por la cual es que se solicita del Honorable Congreso de la Nación, la aprobación del proyecto adjunto»
(firmado por Néstor Kirchner, fragmento del Mensaje Nº 580/03 del 11-agosto-2003, de elevación del proyecto de Ley 25.778).

Actualmente, la Corte Interamericana de Derechos Humanos tiene a un argentino entre sus miembros, se trata de Leonardo Alberto Franco, quien fuera Subsecretario de Política Latinoamericana del Gobierno de Néstor Kirchner. Además de su currículum impresionante, Leonardo Franco fue uno de los tantos profesionales que tuvo que exiliarse en 1976 a raíz del advenimiento de la Dictadura y regresó recién en 1995. Me siento honrado de tener a este argentino en la CorteIDH, y me siento seguro sabiendo que por cada constitucionalista cipayo moldeado en las Escuelas de Leyes del Imperio, habrán otros dispuestos a poner su saber y su ciencia al servicio de la justicia en Latinoamérica.